viernes, 2 de enero de 2009


Ya no baila la luz en mi sonrisa ni las estaciones queman palomas en mis ideas. Mis manos se han desnudado y se han ido donde la muerte enseña a vivir a los muertos, señor. El aire me castiga el ser, detras del aire hay monstruos que beben mi sangre. Es el desastre, es la hora del vacío no vacío, es el instante de poner cerrojo a los labios, oír a los condenados gritar y contemplar a cada uno de mis nombres ahorcados en la nada. Tengo veinte años, tambien mis ojos tienen veinte años y sin embargo no dicen nada. Señor, he consumado mi vida en un instante, la última inocencia estalló. Ahora es nunca o jamás simplemente fue. ¿Còmo no me suicido frente a un espejo y desaparezco para reaparecer en el mar donde un gran barco me esperaría con las luces encendidas? ¿Cómo no me extraigo las venas y hago con ellas una escala para huir al otro lado de la noche? El principio ha dado a luz el final, todo continuará igual. Las sonrisas gastadas, el interés interesado, las preguntas de piedra en piedra, las gesticulaciones que remedan amor, todo continuará igual pero mis brazos insisten en abrazar al mundo porque aún no les enseñaron que ya es demasiado tarde. Recuerdo mi niñez, cuando yo era una anciana, las flores morían en mis manos porque la danza salvaje de la alegría les destruía el corazón. La jaula se ha vuelto pajaro y ha devorado mis esperanzas.
{Alejandra Pizarnik}

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