miércoles, 7 de enero de 2009



Encontrandome en tí, me hallo a mi misma. Mi vida empieza donde tú terminas.

Mi vida es caminar, morirse de a ratos y comenzar de nuevo la jornada.

Pero tú eres la paz. La paz ganada a pulso, a fuerza de huracanes y batallas.

No hay victoria que valga si no arriezgamos nuestra propia vida y la nuestra esta aquí,

sin burladeros, jugando con el mundo a cuerpo limpio.

Hay que aprender la paz de cada día: yo la aprendí en tus ojos.

Aprenderla y vivirla. Yo he aprendido a vivir a tu manera.

Yo te llamo ternura y fortaleza; y alegría y dolor al mismo tiempo.

Dame tu luz, tu cumbre, tu destino. Dame más, mucho más: tu propia vida, pues sabes darlo todo a manos llenas.

Eres incalculable como un mundo. Y tiernísimo y frágil como un niño.

Me sorpendes, me empujas, me acorralas, y entre los labios te me mueres dócil.

Eres tú y eres yo, nuestra vida se suma y se desborda. Mi encarnizada soledad es tuya.

Tu terquedad dulcísima y el agua de tu mirada triste son ya sangre en mi piel, ya son cascada.

¡Qué terrible esperanza! ¡Qué delirante gozo! ¡Qué vértigo en el alma!

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